Cartomancia


El arte de tirar las cartas con baraja española

En vano la civilización con su incansable piqueta; el progreso con su rapidísimo curso, y la potente razón con sus esplendentes rayos de luz vivificadora, han pretendido y pretenden destruir por completo todas las supersticiones humanas.

La Superstición

Es innata en el hombre y en tanto no se desvanezcan las densas e impenetrables sombras que envuelven a ese algo, a ese no sé qué, en el cual se estrellan todas las teorías filosóficas, doctrinas científicas y en fin todas las ideas por sublimes y razonables que sean, ella ha de enseñorearse por fuerza del cerebro humano.

Cartomancia La Magia Blanca

La creencia es la esperanza, la esperanza es la vida; suprime las creencias y suprimirás de una vez la existencia del hombre.

El escepticismo no existe, la duda es confirmación de la fe, como las tinieblas son de la luz.

El escéptico, el más incrédulo y ateo, es el que se halla más predispuesto a creer y entregarse en brazos de las mismas supersticiones que abomina.

En todas las edades, y pueblos, la superstición ha tenido un poderoso e irrecusable dominio.
India con sus misteriosos ritos, sus Brahmas y amuletos; Egipto con sus serpientes devoradoras, esfinges y sus indescifrables jeroglíficos; Roma, la invencible, con sus voluptuosos ídolos, báquicas fiestas y lascivas saturnales, afirman completamente que siempre han sido y serán necesarias las creencias para la vitalidad humana.

Si, tan necesarias como el aire a los pulmones; sin aire vendrá la asfixia; sin creencias, el hastio, desesperación y muerte.

No se puede destruir ninguna doctrina sin crear otra; todas las doctrinas han de tener por base principal la superstición si se quiere que prevalezcan; tal lo entendieron los más grandes filósofos del mundo, desde Pitágoras a Xenofonte, Sócrates a Jesucristo, el más grande y sublime.

Y no se crea que la superstición acuse ignorancia, no; los hombres más sabios, célebres y poderosos de la tierra cayeron en ésta, si se quiere, aberración de la inteligencia humana.

Larga e interminable sería la lista que podríamos presentar de eminencias, tanto en armas como en letras, en poder como en artes, que han sido verdaderos esclavos y sustentadores de la superstición.

Los magos, alquimistas, astrólogos, nigrománticos y agoreros encontraron casi siempre determinado y firme apoyo en la corte de más rígidos y absolutos monarcas y en el palacio fastuoso de los más soberbios magnates.

La geomancia, nigromancia y cartomancia, fueron Ciencias (decimos Ciencias, pues por tal eran tenidas) que tuvieron más adeptos y admiradores en los antiguos tiempos, y si bien muy ocultamente ejercidas, no dejaron de influir en muchos sucesos políticos que hoy admiramos en la historia.

Pretendióse leer en las fulgurantes estrellas y azulado cielo, allí en la callada noche, fue libro abierto en el cual se leyeron recónditos secretos del alma y los impenetrables destinos del que con verdadera fe creía que su suerte, ventura o desgracia dependían del más o menos fulgor de algún rutilante astro.

Y no sólo el formamento sirvió de cábala. El aire, agua, fuego, todos los elementos se presentaron para escuadriñar el obscuro porvenir de los mortales.

Las protuberancias del cráneo, las líneas más o menos desiguales del rostro y las siempre marcadas rayas de la mano, denunciaron claramente a los doctores de tales artes las cualidades, inclinaciones, vicios, peligros y secretos de los que confiaron en su experiencia.

Pero de todas estas cábalas, estas ciencias, la que tuvo más arraigo ya desde remotos tiempos fue el arte de conocer el destino del hombre por medio de las cartas.

Los ejipcios y romanos las usaron, si bien eran sus figuras simbólicas diferentes de las que hoy día nos servimos.

Francia, Inglaterra y Alemania, durante el sangriento imperio del Fauda|iemo, preconizaron el arte de la Cartomancia, como el más fácil y seguro para adivinar inescrutables designios de la suerte.

En España, en la creyente España, desafiando el terrible poder del santo ofioio, quo perseguía duramente a los que ejercían ciencias ocultas, tuvo el arte de echar las cartas, verdadero fanatismo; tanto es así que aún en estos venturosos tiempos de ilustración, muchos, muchísimos son los que predicen la futura suerte por tal medio, no faltándoles clientela que afanosa de indagar los misterios arcanos de la vida, se entregan con censurable afán en manos de quien muchas veces les explota sin consideración.

Baraja española

La baraja española se compone de cuarenta y ocho cartas a saber: cuatro ases, cuatro doces, cuatro treses y así sucesivamente hasta el número nueve, y además doce figuras, las cuales son: cuatro reyes, cuatro caballos y cuatro sotas.

Estas cartas son de cuatro clases, oros, espadas, copas y bastos.

Los oros siempre significan comercio, agiotaje, dinero, interés, pasión, y algunas veces resentimientos.

Las espadas simbolizan la justicia, la traición, el dolor, los celos y el poder. Las copas el desenfreno, la alegría, la felicidad, la amistad y el amor.

Los bastos la agricultura, la paz, la dureza, el vigor, la firmeza, la voluntad, y algunas veces la sensualidad, según vayan ordenadas.

Las figuras son, si no las cartas más importantes de la baraja, las que más fuerza tienen para precisar la lectura simbólica de ellas.

Los reyes representan siempre un hombre bueno o malo, guapo o feo, rubio o moreno, rico o pobre, según las cartas que les preceden.

Los caballos indican viajeros, ausentes, noticieros, novias en puerta, y muchas veces, fugitivos o perseguidores.

Las sotas son la personificación de la mujer, coqueta o virtuosa, altiva o modesta, fría o sensual, guapa o defectuosa.

Para leer el horóscopo en la baraja española, es necesario saber la significación de todas las cartas, como es preciso para leer en un libro saber el significado e importancia de todas las letras; por eso, y sólo por eso empezamos por A. B. C. del nuevo arte de la cartomancia.

De este modo el método será más fácil, comprensible y menos pesado.

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Categoría: La Magia Blanca.






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