Días y fechas adversos
Los supersticiosos observan con cautela cualquier señal de la que se puedan extraer indicaciones. Incluso los días de la semana, fechas y meses pueden proporcionar auspicios, resolver antiguos miedos o descubrir rastros proféticos. La tradición sobre la existencia de días adversos es antiquísima. Los romanos fueron, probablemente, los que más crédito les dieron y distinguían escrupulosamente los días positivos de los negativos. Fastos eran aquellos en los que no era necesario ningún sacrificio para encontrar respuesta de los dioses; nefastos aquellos en que, en cambio, era indispensable recurrir a ellos. Se consideraban nefastos también los días posteriores a las calendas, las nonas y los idus establecidos por decreto del Senado.
Este hecho demuestra que ciertas creencias estaban bien asentadas no sólo entre el pueblo, sino también en ambientes oficiales. Además, de los días fastos y nefastos, los romanos indicaban también los días intercisi, es decir, aquellos en que la mañana y la noche eran adversas. De la tradición clásica partieron muchas creencias y supersticiones que, como veremos, entraron a formar parte de muchas manifestaciones de la tradición occidental.
Año Nuevo
También a la Nochevieja se le reconocen peculiaridades que en la superstición pasan a ser «signos» a menudo proféticos. Si la primera vez que sale de casa se encuentra con una persona del sexo opuesto, el año recién empezado será afortunado; en caso contrario, será adverso. Asimismo, traería mala suerte encontrar un sacerdote, una monja, un viejo o un jorobado. Sin embargo, trae buena suerte encontrarse con un fraile.
Para que el año sea positivo, hay también quien dice que hay que mirarse al espejo recién levantado, porque el primer rostro que debe verse es el propio. En el pasado, cuando las casas se calentaban con grandes hogares, se decía que traía mala suerte dejar que el fuego se consumiera durante la noche de San Silvestre. Y por eso los más ancianos de la casa lo controlaban a turnos para mantenerlo siempre vivo. Algunos sabían, además, ver presagios para el año nuevo observando la evolución de las llamas. Las supersticiones relativas a Nochevieja poseen la particularidad de considerarse signos concretos capaces de comunicar simbólicamente lo que sucederá durante el año.
Está extendida la creencia de las calendas, es decir, la identificación de los últimos seis días del año y los primeros del siguiente como muestra de los doce meses. Se parte de San Esteban (26 de diciembre), que corresponde a enero, mientras la Epifanía (6 de enero) corresponde a diciembre. De este modo, señalando y transcribiendo las características meteorológicas de esos doce «días de marca», será posible establecer las características meteorológicas del año que está empezando.
Año bisiesto
Si hiciéramos caso a la ley de Murphy, la mala suerte no tiene necesidad de años bisiestos para golpear a sus víctimas habituales: lo hace todos los años, todos los días… Pese a ello, la antigua creencia de «Año bisiesto, año funesto» acompaña nuestra experiencia diaria, supersticiones aparte. Si observamos una cronología universal nos daremos cuenta de que muchos acontecimientos dramáticos —desde el hundimiento del Titanic al asesinato de numerosos hombres de estado— han ocurrido precisamente en un año bisiesto. Pero, si confiamos en los cálculos estadísticos, descubrimos que, en el fondo, sólo en el siglo xx se han producido muchísimos acontecimientos dramáticos, todos los días, con independencia de que el año fuera bisiesto o no.
No es improbable que la creencia en las desgracias que acompañan al año bisiesto derive de su carácter anómalo con respecto a los demás años, después de que se añadiera un día a febrero como día intercalar en el Calendario Juliano.
En el año 46 a. de C., Julio César decidió reformar el viejo Calendario Numano (llamado así por el rey Numa), que se basaba en el año lunar y tenía sólo 344 días. De la elaboración se ocupó el astrólogo Sosígenes, que realizó el Calendario Juliano basado en el año solar con una media de unos 365 días más un cuarto. Obviamente, la presencia de la fracción de un día era impensable, por eso Julio César decretó que se eliminara y se recuperara como día entero cada cuatro años, introduciendo la repetición del sexto día antes de las calendas de marzo: bis sextas dies ante calendas madi as. Y así, aquel bis sextas se convirtió en el año bisiesto del que todos hablamos sin conocer probablemente su etimología.
Posteriormente, mediante una compleja red de cálculos se estableció que los años bisiestos se eligieran entre los divisibles por cien y el día adicional se añadió a febrero, que así tenía 29 o 30 días, mientras los otros tenían 30 o 31. Cuando Augusto se convirtió en emperador quiso dedicarse un mes, como había hecho César (que se había dedicado julio) y eligió agosto. Pero ese mes tenía sólo 30 días, así que, para no ser menos que Julio César, añadió un día quitándoselo a febrero, que desde ese momento pasó a tener 28 días (29 en los años bisiestos).
Pero, si bien las cosas funcionaban para los seres humanos, no quería decir que ese calendario fuera bien también con la naturaleza. De hecho, el calendario solar seguía su camino, ajeno a los cálculos astronómicos y las dedicatorias de los emperadores. Y así, en 1582, había casi diez días de diferencia entre los dos calendarios. El papa Gregorio XIII mandó suprimir los diez días sobrantes, Cálculos, dedicatorias, alineamientos entre calendarios diferentes no nos explican nada, sin embargo, sobre la tradición que considera adverso el año bisiesto; por lo que la creencia termina por autoalimentarse, apoyando las propias certezas en todo lo que cada persona cree saber y demostrar echando una mirada atrás en la historia, entre sus recovecos. Entre sus ilusiones.
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Categoría: Supersticiones.
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