El caso del arzobispo de Maguncia
Las supersticiones acerca de los eclipses lunares se basaban sustancialmente en creencias que relacionaban dichos fenómenos con sortilegios de magos y brujas. Por eso se consideraba necesaria la participación de toda la colectividad, que con gritos y algarabía debían «apoyar» al astro ayudándole a no morir. Parece que los rituales ruidosos que acompañaban a los eclipses de Luna fueron bastante habituales. Sin duda, es curiosa la similitud entre el episodio de San Máximo y un caso análogo sucedido en el siglo ix en Alemania. Una noche, el arzobispo de Maguncia, Rabano Mauro —como recuerda J. C. Schmitt en el libro Religion populaire et culture folklorique— fue alertado entre el crepúsculo y la caída de la noche:
E…] un vocerío tan espantoso del pueblo que su irreligiosidad parecía poder penetrar el cielo. Cuando les pregunté qué querían obtener con esa algarabía, me respondieron que sus gritos debían acudir en auxilio de la Luna sufriente a la que se esforzaban en ayudar durante su eclipse. Aquella gente no se conformaba con hacer ruido, blandían armas, lanzaban flechas a la Luna y dirigían antorchas encendidas hacia el cielo mientras lanzaban un auténtico grito de guerra: «vinceluna» (que venza la Luna).
Me eché a reír y me sorprendió que, en su simplicidad, esos cristianos acudieran en. auxilio de Dios como si, enfermo y débil, fuera incapaz sin la ayuda de nuestras voces de defender al astro que había creado. Por lo que respecta al vínculo de la Luna con los cultos demoniacos y de brujería, cabe recordar que a menudo las divinidades femeninas, consideradas las guías de los seguidores de Satanás, eran identificadas con la Luna. Un astro asociado a la mujer por la periodicidad con que se manifiesta y que, como Diana, amaba la noche y encarnaba, al mismo tiempo, una de las formas de la triple Hécate, la diosa de la magia, adorada con ritos misteriosos, dirigidos sobre todo para excitar la imaginación.
La tradición popular consideraba que las magas tesalias del séquito de Alarico tenían una fuerte influencia mágica sobre la Luna. En la práctica, esto sucedía, como siempre, en un círculo muy cerrado y sobre todo ligado a las propias tradiciones. Las antiguas creencias eran difíciles de combatir, sobre todo teniendo en cuenta que la religión cristiana no ofrecía una contribución objetiva ni práctica en ese contexto particular, sino que se limitaba a una reflexión espiritual más amplia que no podía satisfacer el materialismo de las personas ignorantes.
Tampoco las prácticas del pueblo para «sujetar» a la Luna deben interpretarse sólo como una acción mágica o una forma de religiosidad desviada y conscientemente opuesta al cristianismo, pues son, sobre todo, expresiones de un corpus de comportamiento, que era parte integrante de la relación entre el ser humano y lo sobrenatural (o lo que así se consideraba). Por tanto, pese a las explicaciones de los sabios, que ya habían identificado el eclipse lunar como un hecho completamente natural, y las acciones anti-demoníacas de la Iglesia (claramente mostradas en los Sermones de San Máximo), el pueblo siguió mirando durante mucho tiempo el cielo como si se tratase del reflejo de la voluntad de los dioses.
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Categoría: Supersticiones.
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