Las supersticiones del embarazo y el nacimiento
Antes de ver la luz del mundo, el recién nacido ya es centro de atenciones supersticiosas. Hay prácticas para adivinar su sexo, para lograr que el parto sea fácil, para evitar que su cuerpo sufra deformaciones debido a las condiciones de la madre (por ejemplo, con los antojos) o para ex conjurar las prácticas malvadas realizadas por brujas y encantadores. A todo esto se añaden las prácticas para obtener la fecundidad de la mujer, para interpretar de varias formas las condiciones de la gestante, para obtener auspicios del modo en que se mueve el bebé, etc.
La fecundidad ha sido siempre considerada un don de la providencia y, por consiguiente, la esterilidad se ha transformado en una especie de castigo divino. Para tratar de evitar la esterilidad, en el pasado eran muy comunes diversas prácticas. En algunas regiones se aconsejaba a la mujer estéril que se pusiera el vestido de una mujer que hubiera sido madre recientemente. Se trata, obviamente, de un ejemplo típico de la denominada «magia por contacto».
También se consideraba un buen método para alcanzar este fin besar la cuerda de las campanas. A menudo, se recurría también a las oraciones a Santa Ana, a quien se confiaba con pocas, pero significativas palabras: «Treinta años estuviste que hijos no tuviste y, sin embargo, de María fuiste madre». En el periodo del embarazo, la mujer es considerada especialmente frágil. Se dice que es impura y que, por tanto, podría dañar lo que toca (por ejemplo, transformaría el vino en vinagre, e incluso cocinar resultaría complicado sin la ayuda de una serie de atenciones que varían de un país a otro). Al mismo tiempo, es víctima fácil de las fuerzas malignas, de las que debe guardarse llevando amuletos. Además, no debe realizar actividades que requieran el uso de cuerdas o cintas, porque podría provocar el estrangulamiento del feto con el cordón umbilical.
Si una mujer embarazada es mordida por un animal, puede que el niño nazca con las señales de ese trauma. Por ejemplo, si era mordida por un cangrejo o un animal similar, tendría un hijo con seis dedos.
Está prohibido a las embarazadas mirar a un muerto, porque provocaría la muerte de su criatura antes de que vea la luz. También tener una sillita o una cuna antes del nacimiento supone un gravísimo riesgo, porque la superstición considera que con esta «presunción» se está tentando a la suerte y esta acción puede producir efectos opuestos a los esperados. En la misma línea de estas supersticiones basadas en el principio de la magia simpática se colocan numerosas prohibiciones alimentarias. No comer crustáceos porque las pinzas podrían hacer daño al niño, los alimentos rojos pueden provocar manchas en el bebé, etc.
Piedras de la fecundidad
En la tradición popular eran habituales algunas prácticas dirigidas a favorecer la fertilidad que se servían de los poderes sobrenaturales de las piedras. De hecho, las mujeres que tenían problemas para ser madres frotaban su vientre con algunas rocas consideradas «mágicas», porque creían que así se activaba un proceso casi sagrado, cargado de simbolismo sexual. Experiencias del mismo tipo son muy conocidas por los etnólogos y se localizan en muchas culturas desde Oriente hasta Oceanía.
Junto a la acción de tocar y frotar el cuerpo con una determinada piedra, también era habitual deslizarse sobre estas moles llamadas «de deslizamiento» para asegurarse la total activación del proceso ligado a la fertilidad. En el «deslizamiento» encontramos una confirmación del vínculo piedra-fecundidad que, con una acción muy temente simbólica, asigna a la roca un papel activo.
¿Niño o niña?
El deseo natural de saber el sexo del bebé —cuando todavía la medicina no contaba con las ecografías— se satisfacía observando la forma de la tripa de la mujer embarazada. Si era en punta anunciaba una niña, la tripa ancha, un niño. Otro método consistía en prestar atención al lado en el que se colocaba el niño: derecho niño, izquierdo niña. También era habitual usar el hueso del esternón del pollo que la futura madre y otra persona debían partir: si la mujer se quedaba con el trozo más corto, el bebé sería un niño, en cambio, el más largo con el «sombrerito» indicaría una niña. Este hueso se llama generalmente «huesecillo de los deseos». Dos contendientes formulan un deseo y luego pegan un fuerte tirón: el que se quede con la parte más gruesa (la del «sombrerito») lo verá realizado pronto.
Entre las prácticas más extendidas en algunos países del Mediterráneo encontramos la «prueba de la moneda». Esta superstición consistía en dejar caer dentro del vestido de la futura madre, del cuello hacia abajo, una moneda y observar cómo llegaba al suelo: cara, niño, cruz, niña. Para intervenir directamente en el sexo del niño, en cambio, siempre ha sido muy común la creencia de que vestir ropas rosas «llamaría a la niña» y llevar puesta ropa azul tendría el efecto contrario.
Los antojos
Cuando una mujer embarazada desea algo de comer debe ser satisfecha enseguida, porque en caso contrario el pequeño nacerá con varias deformaciones físicas. La mujer alterada por los «antojos» debe tener cuidado de no tocarse durante la crisis, porque si no el bebé quedaría marcado en el punto en que la madre se hubiera tocado con una mancha del color del alimento deseado. Para evitar este peligro, la tradición popular aconseja a la embarazada que ponga las manos sobre los glúteos cada vez que esté amenazada por los «antojos».
El momento del parto es el más delicado y para evitar accidentes se utilizaban diversas prácticas en las que la magia, la religión y una especie de proto-medicina se unían indisolublemente. Se aconsejaba que la embarazada llevara puesto un cinturón del marido, porque así se alejarían todos los sufrimientos. Antiguamente, eran muy solicitados los «cinturones de la Virgen» realizados en algunos santuarios poniéndolos en contacto con el de la Virgen de Loreto.
Si el pequeño sale con los pies por delante, será desafortunado; para combatir la mala suerte, los campesinos franceses aconsejaban frotar el niño con hojas de laurel. Cuando el niño nacía en el hogar, era lavado inmediatamente con agua en la que se habían puesto hojas de nogal y vino. Una especie de baño purificador que tenía como fin introducir al pequeño en el mundo. Si el bebé nacía dos meses antes de lo previsto, y por tanto era sietemesino, o nacía con la bolsa, se le consideraba una criatura dotada de poderes sobrenaturales. Su futuro estaba marcado y se convertiría, sin duda, en un sanador, un zahorí, un adivino tal vez, pero sin duda en un ser especial, fuera de las normas. También se auguraba un futuro como sanador a los niños que perdían a su madre al venir al mundo.
Se considera también importante mirar con qué mano agarra el niño el primer objeto que se le ofrece. Si usa la izquierda será, naturalmente, desafortunado; eso si el pequeño no era zurdo. En general, todavía hoy se cree que el mejor día para venir al mundo es el domingo. Por el contrario, la suerte será nefasta para los nacidos en miércoles, pero las cosas irán todavía peor para los que nazcan el día de Navidad, ya que estarán condenados a convertirse en hombres-lobo las noches de Luna llena.
Se conservaba un trozo del cordón umbilical como talismán y se utilizaba como una especie de panacea para curar muchos males o para realizar prácticas mágico-protectoras de diverso género. Para alejar los efectos malignos que podían abatirse sobre el bebé era habitual ponerle al cuello un collar de pelo de tejón o un trocito de coral. Se conseguía un gran antídoto contra las fuerzas malignas con un relicario, es decir, un envoltorio que contenía reliquias, o una estampita cosida a la ropa. Una superstición extendida desaconsejaba cortar las uñas de los niños antes de que cumplieran el sexto mes. No atenerse a esta regla les haría crecer enfermizos y débiles.
El bautismo
El bautismo constituye un ejemplo típico de rito de paso. En el pasado era habitual tratar de bautizar al recién nacido lo antes posible, pues durante el periodo intermedio se le creía sin protección contra los influjos de las brujas y los espíritus malignos. El nombre que se asignaba al pequeño en el bautismo debía incluir el del abuelo paterno, pero nunca el del padre, porque habría sido un presagio de muerte prematura. En todos los casos traería mala suerte llamar al niño por su nombre antes del bautizo.
En el momento del bautismo, el niño debía estar dentro de un pequeño saco de seda usado previamente para otro rito, es decir, no tenía que ser nuevo, porque le traería mala suerte. La persona que llevaba el bebé a la pila bautismal debía sujetarlo con el brazo derecho, si era niño, con el izquierdo, si era niña. Nunca se debía girar, porque el niño crecería miedoso; además, si el padrino o la madrina recitaban incorrectamente las oraciones, el niño se volvería tartamudo.
La lactancia
En la cultura popular, amamantar siempre ha constituido un problema porque, para una mujer recién parida no poseer ese alimento natural imprescindible, además de constituir un grave riesgo para la salud del bebé, representaba también una señal negativa, que tachaba a la mujer de «no buena», con todos los condicionantes culturales que se derivaban de eso. También por este motivo, a menudo se atribuía la falta de leche a haber infringido algún tabú prescrito durante el embarazo. Para paliar este grave problema, las mujeres recurrían a muchos remedios, como pedir la intercesión de la Virgen o de algunos santos milagrosos, en particular de Santa Águeda. Su papel curativo en enfermedades y molestias de los pechos procedía del tipo de martirio sufrido (le arrancaron un pecho).
Junto a las prácticas religiosas o pseudo-religiosas para hacer «volver la leche», se encuentran las que se valían de amuletos, hierbas, prácticas mágicas… En este sentido, deben colocarse las experiencias relacionadas con las llamadas «fuentes de leche». Se trata de fuentes dotadas, según la tradición, de propiedades galactóforas especiales, es decir, son capaces de estimular la producción de leche tanto en las mujeres como en las hembras de los animales.
A menudo existe con estas fuentes una tradición cultural ininterrumpida desde la Antigüedad. Por ejemplo, en Italia, en la Toscana, hay una «fuente de leche», probablemente ya sacralizada en época pre-cristiana y relacionada después con un hecho milagroso ligado a la Virgen. De hecho, el nombre local de la fuente es «Virgen de la leche». Alrededor de la capilla dedicada a María son evidentes los documentos de la intervención positiva realizada por la fuente: exvotos, cadenitas, anillos, rosarios y muchas monedas.
En las cercanías de Pienza, en las paredes de un torrente que discurre por la localidad de Casa al Vento, se abren unas antiguas grutas donde el agua es tan galactófora que con su goteo de siglos ha construido estalagmitas con forma de mamas, hasta el punto de ser llamadas, popularmente, «pechos lecheros». En el monte de Cetona se encuentra la «Gruta lechera» en la que se han encontrado restos de un culto al agua que se remontaría al Neolítico. Se recomendaba a las futuras madres que no habían parido nunca, que acudieran a este lugar como una especie de visita preventiva: bañarse en aquellas aguas garantizaba una lactancia sin problemas.
En las proximidades de Gerfalco, no muy lejos de la «Piedra de Sansón», hay un manantial en donde las futuras madres se bañaban con la esperanza de conseguir mucha leche para sus hijos. Se atribuían las mismas propiedades a la fuente de leche cercana a Montaleno.
Cerca de Varenna se encuentra la corriente de agua más pequeña de Italia: el Fiumelatte (río de leche). Unos 250 metros después del manantial el agua cae en el lago precipitándose con estruendo entre espuma. Esta característica ha hecho nacer, probablemente, la creencia que atribuye a Fiumelatte propiedades galactóforas. Un misterio rodea este breve curso de agua: su fuente. Sobre su origen existen naturalmente leyendas e hipótesis, pero no se conocen documentos concretos.
Localmente se cuenta que en el siglo XVI tres jóvenes del lugar, con la intención de mostrar su valor ante una hermosa muchacha, se tiraron en la caverna de la que brotaba el Fiumelatte. Los encontraron unos meses después, con los cabellos blancos, casi ciegos, incapaces de hablar y en un estado de confusión que les hacía insensibles incluso a las palabras de sus familiares El origen del río Fiumelatte, que discurre de marzo a octubre, no se ha desvelado todavía. Quizás el aura de misterio que rodea a este pequeño curso de agua haya contribuido a alimentar las creencias en el poder sobrenatural de estas aguas.
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Categoría: Supersticiones.
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