Los filósofos se preguntan sobre la superstición
Muchos filósofos, sobre todo a partir del Renacimiento, cuando perdió fuerza una visión del mundo condicionada exclusivamente por la religión, se preguntaron de forma crítica sobre el papel de la superstición. Una de las interpretaciones más racionales llegó de Girolamo Cardano (1501-1576), que en su obra De Veneris afirmaba:
Existen en realidad tres tipos principales de encantamiento: el que se desprende del miedo, el que proviene de tener miedo a las cosas malvadas y el que procede de la imaginación. Para curarlo hay que tranquilizar la mente. En otras palabras, hagámosle frente deseando el bien, como hacían los antiguos. Si sólo se tratase de eso, todas las cosas tendrían un resultado mejor, una vez eliminado el miedo, apartada la superstición y serenado el corazón y la mente.
Cardano, a diferencia de buena parte de sus coetáneos, propuso una interpretación de la superstición en la que atribuía el origen no a la demonología, sino a la influencia de causas psicológicas y físicas; en este sentido, la suya parece una visión muy moderna.
Diametralmente opuesta era la interpretación expresada por Francis Bacon (15611626), según la cual la superstición estaba en cierto modo «justificada» porque, efectivamente, algunas personas tenían el poder de producir efectos negativos (mal de ojo) por su envidia:
No existe ninguna emoción capaz de encantar o enfermar, a excepción del amor y la envidia. Ambos sentimientos se basan en violentos deseos, se adaptan rápidamente a la imaginación y a las sugestiones y se revelan fácilmente a través de los ojos, en especial en presencia de objetos que inducen a la fascinación […]. Son envidiosas las personas deformes, los viejos y los bastardos […]. Por último, debe añadirse que en la envidia hay una especie de encantamiento para el que no existe cura, si no es la de curar los encantamientos, es decir, eliminar la suerte (como se le llama) y echarla sobre otro.
Del mismo parecer era también Tommasso Campanella (15681639):
A través del ojo se aprecian muchas cosas mágicas, pues vemos que al encontrarse un hombre con otro, su pupila con la del otro, la luz más poderosa de uno ciega al otro, que no es capaz de sostenerla, y muy a menudo induce en la otra persona la pasión que lo anima […]. Esto sucede sobre todo en las mujeres viejas que ya no tienen sus purgaciones, por lo que tienen fétidas exhalaciones en la boca y ojos, de modo que al mirar un espejo lo vuelven opaco, porque el espejo liso queda cubierto de un vapor denso como el mármol, frío y resistente. También el filo que entra en contacto con su saliva está llamado a pudrirse. Además, a los niños que duermen con las viejas se les acorta la vida y languidecen, mientras crece en ellas.
Obsérvese cómo en este gran pensador el peso de la superstición popular es muy evidente, lo que parece contradecir el notable nivel especulativo alcanzado por el filósofo en otros campos del saber. El caso de Campanella demuestra con claridad que a menudo la superstición era parte integrante de la cultura de una época y era difícil sustraerse a ella. Sin duda se trata de una indicación valiosa que puede también aclararnos muchas cosas sobre nuestro actual modo de «pensar en la superstición».
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Categoría: Supersticiones.
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