Magnetización: método de Deleuze


Colóquese el que ha de ser magnetizado en un asiento y posición cómoda, y de manera que pueda descansar su cabeza sobre almohada o blando apoyo, como si quisiera disfrutar las delicias de su grata y reparadora siesta. En frente de él, y algo más elevado, se sentará el magnetizador, que le tendrá piernas y pies dentro de los suyos. El paciente debe abandonarse a la voluntad del operador, no pensar en nada, no tener ningún deseo vehemente, no distraerse esperando los efectos que ha de experimentar, desvanecer todo temor, no disgustarse, ni desmayar en caso que la acción magnética le produzca dolores momentáneos.

Magnetización: método de Deleuze La Magia Blanca

Después de haberse concentrado el operador, tomará los pulgares del paciente entre sus dedos, de manera que se toquen las venas de ambos, y continuará mirándole de hito en hito de dos a cinco minutos, hasta que se sienta haber establecido un calor igual en los pulgares de ambos. Hecho esto retirará el magnetizador las manos y las dirigirá continuando siempre con los ojos clavados en la vista de paciente, hasta la altura de la cabeza. Entonces las colocará sobre los hombros donde las tendrá un buen rato, las pasará después por toda la extensión de los brazos hasta la extremidad de los dedos, rozándolos con la superficie interior ligeramente. Estos pases se harán cinco o seis veces consecutivas, y al subir las manos, las apartará un poco del cuerpo.

En seguida colocará las manos encima de la cabeza, reteniéndolas en ella un momento, bajándolas luego por la frente y la cara, a distancia de dos pulgadas, hasta llegar a la boca del estómago, donde se detendrá unos dos minutos. Las yemas de los pulgares deben tocar el estómago, y los demás dedos a ambos lados de las costillas, o mejor, si se puede, sin moverse del asiento, hasta el extremo de los pies. Este procedimiento se repite la mayor parte de sesiones. También debe alguna vez el magnetizador aproximarse al paciente para ponerle las manos sobre la espalda y poderlas bajar a lo largo del espinazo, y de aquí sobre las caderas, pasando enseguida por los muslos hasta las rodillas o hasta los pies. Después de los primeros pases puede dispensarse de colocar las manos sobre la cabeza, continuando los pases desde los hombros hasta el extremo de los brazos, y por encima del cuerpo en el estómago.

Algunos, creídos que toda fuerza magnetizadora y susceptibilidad magnética reside en los ojos, creyeron que el verdadero sistema de magnetización consistía en mirar. Este procedimiento, que surte efecto en algunas personas muy susceptibles, es como sigue:

Siéntese el operador enfrente; mírense ambos tan fijamente como les sea posible. Acaso el paciente exhalará algún profundo suspiro; en seguida sus párpados pestañearán, asomándose algunas lágrimas; luego se contraerán fuertemente varias veces, y por ultimo, se cerrarán. Será siempre común, como en el procedimiento anterior, que se hagan algunos pases desde la cabeza a las extremidades. Suelen sobrevenir al paciente, si se resiste, ataques de jaqueca que el magnetismo por los ojos ocasiona, de los cuales el magnetizador no siempre puede librarse. «Pero todo esto es pasajero».

Dícese que también se magnetiza por la simple voluntad. Esto es, que R., por ejemplo, teniendo una intención fuerte de magnetizar a L., éste queda magnetizado. Yo no lo he visto ni lo ejecutado. Me ha sucedido, sí, después de haber magnetizado muchas veces a alguna persona sumamente susceptible, quedarse magnetizada al mirarme en ella, suponiendo, por la expresión de mi semblante, que yo deseaba magnetizarla. Yo no he visto caso alguno, en suma, que una persona se magnetizase sólo porque otra mentalmente lo quisiera, sin darselo a comprender en ningún sentido y de ninguna manera externamente.

Algunos individuos llevados de la idea que en el Magnetismo todo se reducía a sorprender, dominar, ganar la acción, imponer con el prestigio del mando, en suma, afectar moralmente al paciente, procuraron magnetizar por ese principio exclusivo. El abate Faría fué quien adoptó este método con exclusión de los demás y por esta razón se conoce por su nombre. El sistema, pues, del abate Faría, era como sigue:

«Hacía sentar en una silla su paciente, recomendándole cerrara los ojos, y al cabo de algunos minutos de recogimiento, le decía con voz fuerte e imperativa: ¡Duerma! Esta sola palabra, pronunciada en medio del silencio prestigioso y solemne por un hombre de quien se contaban tantos prodigios, causaba algunas veces en el paciente impresión tan viva, que producía ligero sacudimiento en todo el cuerpo, cierto calor y transpiración, y a veces sonambulismo. Si esta primera tentativa no salía bien, sometía al paciente a una segunda; en seguida una tercera, y aún hasta cuarta prueba, pero si después de ésta no se dormía, declaraba a la persona incapaz de entrar en sonambulismo lúcido.»

También se magnetizaba, y es un sistema muy usual, haciendo sentar cómodamente en una silla al paciente, y puesto en pie a dos, tres o cuatro varas de distancia, el magnetizador, extiende los brazos y las manos rectamente en dirección hacia los ojos del que ha de magnetizarse, mirándole al propio tiempo fijamente y de hito en hito.

Seguro de que todos los sistemas que acabo de indicar producen un buen efecto según las personas a quienes se aplican; profundamente convencidos por otra parte que el fluido nérveo no sólo se pone en movimiento por el influjo físico del magnetizador sino también por el moral, algunos han adoptado un sistema, método o procedimiento general que ha surtido muy buen efecto. En este método, que por amor de distinción podrá llamarse, si se quiere, método de Cubí, se ha procurado reunirlos todos, y afectar a la vez de golpe física y moralmente al paciente. Helo aquí:

«Sentado o en frente del pie el paciente, le coloco mis manos en las sienes, con los pulgares sobre las cejas. Así colocado, miro a! paciente con los ojos tan de hito en hito, con tanta fijeza e imperio, que me parezca a mi, que lo tengo completamente bajo dominio. Después de medio minuto o minuto a lo más, le digo, con voz dominante, al modo de Faría: ¡Duerma! Al acto de decir esta palabra, paso los pulgares por los párpados del paciente, y coloco las manos en seguida sobre sus ojos cerrados y la frente sin permitir que los abra. Si no queda el paciente instantáneamente dormido, lo que con frecuencia sucede, repito algunas veces, con voz de mando: ¡duerma! Si así no se produce el efecto deseado, le pongo las manos en la cabeza: le introduzco los meñiques en los oídos: o le hago algunos pases;’ pero toda la operación no pasa de tres minutos. Por lo común la persona que sea susceptible de ser magnetizada, queda dormida con este procedimiento; pero si no sucede, repito la operación dos o tres veces. En caso de que estas repeticiones no surtan efecto, considero al paciente como inmagnetizable por mi».

De lo único que puede y debe tenerse miedo, lo único que puede producir algún resultado funesto o desagradable, es magnetizar de manera que el paciente no oiga al magnetizador. Por esto, en el acto de haber dicho ¡duerma! la primera vez, y después sucesivamente durante la operación, debe llamarse por su nombre al paciente. En caso de que no responda en el momento, debe procederse a la desmagnetización o despertamiento. Si responde, no hay cuidado; pero si no responde, repito, que sin perdida de tiempo debe procederse a la desmagnetización, que se efectúa sin dificultad; pero si quedase el paciente sin responder algunos minutos, podrían sobrevenir cefalalgias, convulsiones y otros desagradables accidentes. Por lo demás, mientras oiga, no hay que asustarse por ningún motivo. Si se le sube la sangre a la cabeza, si siente peso en el epigastrio, si sobreviene dolor de cabeza, todo desaparece, por más que esto haga reír a los que no lo han visto, con sólo mandar el operador que desaparezca, venteando con la mano la región afectada.

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Categoría: La Magia Blanca.






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