Orígen de magos o hechiceros
Se denominan mágicos o magos a ciertos individuos que se complacen en fascinar. Un gitano brujo citado por Bognet, cambiaba tinajas de heno en lechoncitos y los vendía como tales, avisando al comprador que no los mojase en agua; pero un comprador del ganado del gitano, no habiendo querido seguir su consejo, en vez de lechoncitos vio nadar encima del agua atados del heno que quería dar de comer a sus cerditos.
«Del Río» cuenta que un mágico, con cierto arco, lanzaba una flecha de madera y hacía aparecer delante de él un río tan ancho como larga la distancia que alcanzaba el tiro de aquella flecha.
La magia da a los que la poseen un poder irresistible, que nadie puede contraarrestar; con sólo un movimiento de varilla, con una señal cualquiera, trastornan los elementos, truecan y confunden el orden inmutable de la naturaleza; ponen el mundo b jo el poder de los espíritus infernales, desencadenan los vientos, hacen estallar tormentas, y envían frío y calor. Los mágicos y br joa, dice Wecker, son transportados por los aires con movimiento rápido, van a donde les place; andan por encima de las aguas, como «Odón el pirata», que deambulaba sobre las olas en alta mar sin bote ni navío.
Cuéntase que un mágico cortó la cabeza de un criado en presencia de una multitud de personas a quienes quería divertir, y con intención de volverla a colocar en su puesto; pero mientras se disponía a hacerlo, vió a otro mágico que se obstinaba en impedírselo, a pesar de las súplicas que hizo para que le dejase continuar su operación; y haciendo nacer entonces encima de una mesa un lirio, y derribando su cabeza, su enemigo cayó por tierra sin vida y sin cabeza. Luego restableció al criado la suya sobre sus hombros y desapareció.
Por los años de 1284 los habitantes de Hamel, en la Baja Sajonia, viéronse acometidos de un predigioso número de ratones, hasta el extremo de no quedar grano que no dañasen o echasen a perder; y tratando algunos de ellos de encontrarel medio como librarse de este azote, aparecióde repente un hombre de desmesurada estatura y horroroso aspecto, que prometió mediante crecida suma de dinero arrojar fuera del territorio de la ciudad aquella plaga de ratones. Luego que hubieron convenido, sacó de su faltriquera una flauta y púsosela a tocar. De repente todos los ratones que se encontraban en casas, tejados y enlosados, salieron a bandadas en medio del día, y siguieron al músico hasta el Weser,en cuya orilla, habiendose quitado sus vestidos, entró en el río y los ratones que le imitaron, se ahogaron en él.
Luego que hubo cumplido su promesa, fue a pedir el dinero que se le había prometido; pero encontró a los que habían convenido darselo, muy poco dispuestos a satisfacerlo. Esta acción de mala fe le an jóen gran manera, y lleno de cólera les amenazó con una venganza terrible si no le pagaban en el acto cuanto habían contratado; pero sus deudores se burlaron de él y sus amenazas.
Apareció al día siguiente el mágico con semblante terrible, bajo la figura de cazador, tocó otra flauta diferente de la primera, y todos los muchachos de la ciudad, entre cuatro a doce años le siguieron espontáneamente. Condújoles a una caverna que había en una montaña distante de la ciudad, sin que desde entonces se haya visto ninguno, sin que se haya podido averiguar qué había sido de ellos. Desde que hubo sucedido tan sorprendente aventura, se tomo en Hamel la costumbre de contar los años desde la salida de los niños, en memoria de los que se perdieron de este modo. Los anales de Transilvania han aprovechado este cuento, y dicen que por aquel tiempo llegaron allí algunos niños, cuya lengua no podían entender y que habiéndose establecido en Transilvania, perpetuaron allí su idioma, de modo que hasta hoy en día se habla alemán- sajón.
La segunda prueba se ve sobre la puerta llamada la Nueva, donde en versos se leía, que en 1284, un mágico arrebató a los habitantes de la ciudad 130 niños y los condujo a una caverna del monte Coppenberg.
Mas no se diga por esto que sea verdadera esta historia; sino que se creía así. ¿Cómo los padres dejaron ir a sus hijos? Si temían al mágico de la flauta, ¿por qué no te pagaron? ¿Cómo estos niños caminaron cien leguas bajo la tierra para llegar a Transilvania por un camino que no se ha podido descubrir? Si el diablo los ha transportado por los aires, ¿cómo no los ha visto nadie? … Algunos escritores sensatos dicen que estos niños fueron arrebatados, a consecuencia de una guerra, por el vencedor, y que las viejas de la ciudad, según laudable costumbre, forjaron un cuento a su modo para asustar a los niños. Otros miran esta aventura como imaginaria.
He aquí algunos otros hechos más antiguos y tan verdaderos como la salida de los niños de Hamel.
El mágico Lexilis, que floreció en Túnez poco antes del esplendor de Roma, fue puesto en la cárcel por haber introducido, por medios diabólicos, al hijo del soberano en el cuarto de una joven hermosa que su padre reservaba para él.
En esta misma época sucedió una extraordinaria aventura al hijo del carcelero: acabábase de casar y celebrábanse, con todos sus parientes, las bodas fuera de la ciudad. Cuando se hizo de noche pusiéronse a jugar a la pelota, y el recién casado, para tener más libre la mano, quitóse el anillo nupcial, y lo puso en la mano de una estatua que allí cerca había, para después volvérselo a poner; pero hablase cerrado la mano y le fue imposible recuperarlo. No dijo palabra de este extraño prodigio; sino que cuando todos se hubieron entrado en la ciudad, volvió solo delante la estatua, a la cual encontró con la mano abierta y extendida como antes, pero sin el anillo que había puesto en ella.
Este segundo milagro le llenó de sorpresa, más no por eso dejó de irse a juntar con su esposa. Luego que se hubieron acostado ambos, quiso acercarse a ella y sintió que se lo impedía una cosa sólida interpuesta entre él y su esposa, y a la cual no podía ver. «A mí es a quien debes abrazar, le dijo una voz, pues conmigo te has desposado hoy; yo soy la estatua en cuyo dedo has puesto tu anillo nupcial».
Horrorizado el joven, no pudo contestar, y pasó sin dormir toda la noche. Por muchos días, todas las veces que quería abrazar a su esposa sentía y oía lo mismo. Al fín, cediendo a los avisos y amonestaciones de su mujer, refirióle lo acontecido a su padre, quien le aconsejó fuese a consultar a Lexilis en su calabozo, y le dio la llave para que lo hiciese. El joven fue al momento a la cárcel y encontró al mágico dormido encima de su mesa. Después de haber esperado largo tiempo sin que despertase, tiróle suavemente del pie; y éste y la pierna arrancada del muslo le quedaron en la mano.
Despertándose entonces Lexilis, dio terrible grito, y la puerta del calabozo se cerró por sí misma. El desventurado joven se echó de rodillas delante de Lexilis, pidióle perdón por su imprudencia e imploróle socorro en lo que le sucedía . El mágico se lo otorgó todo y le prometió librarle de la estatua con tal que le pusiera en libertad. Luego que se hubieron convenido púsose de nuevo la pierna en su lugar, y salieron ambos de la cárcel. Cuando llegó a su casa el mágico escribió una carta, que dio al joven:
«Ve, le dijo, cuando dé la media noche, a una encrucijada donde se dividen cuatro calles, espera en pie y con silencio lo que allí te conducirá. No estarás allí mucho tiempo sin ver pasar por delante de tí muchas personas de uno y otro sexo: caballeros, lacayos, hidalgos, artesanos; unos armados, sin armas otros; unos tristes, otros alegres. Pero por más que veas, por más que oigas, guárdate de hablar ni de moverte. Detrás de toda esta turba de gente seguirá un cierto personaje de prodigiosa estatura, sentado en un carro; le entregarás esta carta sin decir palabra, y todos tus deseos serán cumplidos«.
Hizo el joven exactamente cuanto se le había prescrito y vio entre aquella muchedumbre de gentes extraordinarias una cortesana sentada sobre un mulo, con una varilla de oro en la mano; sus vestidos eran tan delgados y los llevaba tan desaliñadamente puestos, que a través de ellos se veían las formas de su cuerpo, además de contorsiones y lascivos movimientos que la descubrían a cada momento.
El jefe de esta turba de gentes venía último. Iba sentado en un hermoso carro triunfal, adornado con esmeraldas y zafiros que relucían con brillante resplandor en medio de la obscuridad. Al pasar por delante del joven esposo arrojó sobre él una mirada terrible y preguntóle con amenazador ademán como había tenido la osadía de ir a su encuentro. Asustado el joven y acometido de miedo al oir estas palabras, tuvo no obstante valor para extender la mano y presentar su carta. El espíritu, que reconoció el sello que en ella había, exclamó enrojeciendo. «Ese Lexilis, estará aún mucho tiempo sobre la tierra…» Un momento después, envió a uno de sus siervos a que quitase el anillo del dedo de la estatua, y desde entonces el hijo del carcelero cesó de ser atormentado en sus amores.
Entre tanto su padre había hecho anunciar al rey que Lexilis había huido de la cárcel; y mientras se le buscaba por todas las partes, entró el mágico en el palacio, seguido de veinte jóvenes muy hermosas, que llevaban al príncipe exquisitos manjares. Pero, a pesar de que afirmó que jamás había comido nada tan delicioso, el soberano de Túnez no dejó por esto de renovar la orden de encarcelar a Lexilis; queriendo los soldados apoderarse de él, no encontraron en su lugar más que un perro muerto y asqueroso, en el vientre del cual tenían todos la mano…
Este prodigio excitó la risa general. Luego que se hubieron calmado, mandó el rey a sus guardias que fuesen a casa del mágico, que estaba asomado a la ventana viendo venir a su gente. En cuanto los soldados repararon en él, corrieron hacia la puerta de su casa, que se cerró de repente por sí sola. El capitán de guardias reales le mandó, de parte del rey, que se rindiese, amenazándole de arrancar la puerta si rehusaba obedecerle. Y si me rindo, respondió Lexilis, ¿qué haréis de mí? —»Os agradezco vuestra cortesía, replicó el mágico, pero ¿por dónde iremos al palacio? — Por esta calle, añadió el capitán mostrándole con el dedo». Y al mismo tiempo vio un grande y caudaloso río, que venía hacia él engrosando sus aguas, y que llenaba el camino que estaba señalando, de tal modo que en menos de un momento el agua les llegaba a la garganta, Lexilis riendo maliciosamente les gritaba: «Volveos solos a palacio, que yo no quiero ir como perro de aguas.»
Al saber el príncipe este hecho, juró perder antes la corona que dejar impune al mágico; armosé él mismo para perseguirle, y encontróle en el campo donde se paseaba tranquilamente. Los soldados le rodearon al momento para apoderarse de él, pero haciendo un movimiento Lexilis, cada soldado se encontró con la cabeza entre dos estacas, con dos enormes cuernos de ciervo que les impedían poderse retirar. Largo tiempo permanecieron en esta postura, mientras que dos niños les daban tremendos porrazos con una vara en los cuernos.
El mágico saltaba de contento ante este espectáculo, y el príncipe estaba furioso. Pero habiendo reparado en el suelo, a los pies de Lexilis, un pergamino cuadrado en el cual estaban pintadas muchas figuras y caracteres, él mismo se bajó para cogerle sin ser visto por el mágico. En el instante que tuvo en la mano este pedazo de pergamino, los soldados perdieron sus cuernos y las estacas se desvanecieron. Lexilis fue preso, encadenado y conducido a la cárcel, y de allí al cadalso para ser decapitado y descuartizado. Pero aun aquí quiso jugar al rey una buena broma; cuando el verdugo descargaba la cuchilla sobre su cabeza, dio el golpe en un tambor lleno de vino, que se derramó sobre la plaza, y Lexilis no apareció nunca más en Túnez…
Además, teniendo los mágicos hábiles y diligentes servidores entre las legiones infernales, no se apenan mucho en apropiarse, sin que nadie lo ignore, de los bienes de otro. Así obraban estos mágicos que hacían venir a su graneros el trigo de sus vecinos, y esa mágica que según Del Río mandaba al diablo a ordeñar las vacas de sus compañeras y traer a su casa la leche.
Un mágico de Magdebourg ganaba su sustento haciendo maravillas, encantamientos, fascinaciones y presagios, en teatro público. Sucedió un día que enseñaba por algún dinero un caballito muy pequeño, al que por la virtud y poder de su magia hacía ejecutar cosas verdaderamente prodigiosas; luego que hubo concluido, exclamó que ganaba entre los hombre muy poco dinero, y que iba a subir al cielo… Habiendo tirado en seguida su látigo al aire, empezó a remontarse… El caballito, habiendo cogido con sus dientes el extremo del látigo, se remontó también. El mágico, como si hubiese querido detenerle, cogióle por la cola y le siguió por los aires. La mujer de este hábil acto mágico tomó a su marido por las piernas y se fue él; en fin, la criada cogió a su ama de los pies, el lacayo el vestido a la criada, y bien pronto el látigo, el caballo, el mágico, su esposa, la cocinera y el lacayo, toda la familia ordenada a manera de una bandada de grullas, o como los granos de un rosario, volaron por los aires y se remontaron a tan alta distancia que se perdieron de vista. Mientras que todos los espectadores permanecían estupefactos de admiración bien natural por semejante prodigio, llegó un hombre y preguntóles la causa de su asombro, y cuando la supo: «No temáis, les dijo, por vuestro hijo; no se ha perdido aún, acabo de verle en el extremo de la ciudad con su mujer, sus criados y su caballo…» Si esto es verdad, preciso será convenir que el diablo hace por sus amigos chocantes jocosidades.
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Categoría: La Magia Blanca.
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