Supersticiones de las tempestades y los marineros


Desde siempre, marineros y pescadores han respetado una serie de normas para poder «controlar» el mar, o al menos prever sus furias y sus míticas criaturas. Para oponer una sólida protección a los misterios del mar, del que dependen sus vidas, a menudo los navegantes han elaborado creencias y supersticiones que se han mantenido inalteradas durante siglos, en algunos casos milenios. Los marineros sostienen que, cuando hay borrasca en el mar, la ola más peligrosa será siempre la novena desde que se empieza a contar. Ya los antiguos estaban convencidos de ello, la llamaban fluctus decumanus, e incluso Ovidio en los Fastos menciona esta antiquísima tradición.

Si se preguntaba a cualquier marinero cómo se consigue distinguir esa ola de las otras, la respuesta era inmediata: la novena ola será siempre la que provoca el hundimiento de barcos y naves… Para contrarrestar la furia del mar con borrasca era útil tirar vinagre a las olas o bien apuntar contra ellas objetos puntiagudos (los cuchillos serían los más convenientes), mejor si además se acompañaba de oraciones y señales de la cruz. Bartolomeo Crescentio, capitán de las galeras del Papa, en su obra Nautica Mediterranea (1602) describía así una antigua superstición:

Supersticiones de las tempestades y los marineros Supersticiones

Los marineros, crédulos en las cosas infieles y obstinadísimos en las fieles, defienden que desaparece [la borrasca en el mar] cogiendo un cuchillo de mango negro y diciendo el Evangelio de San Juan y el Pater noster, sín decir y en tierra, y haciendo tres cruces en el aire, y en cada cruz clavando la punta del cuchillo en el borde del barco. Oh, impía e injusta superstición, donde se abusa del Santo Evangelio y se falsea el Pater noster. No consideran estos mezquinos que igual que en la tierra dura muy poco un torbellino que, en menos tiempo del que ellos emplean en hacer esta ofensa a las Sagradas Escrituras, se aplaca, igualmente dura poquísimo en el mar, donde la causa es la misma, y que todas las invenciones son anzuelos con los que el diablo les pesca, y así el diablo les pesca, como en la adoración de San Telmo, en la que tanto creen, mientras el miedo les atenaza.

El autor se refiere a San Telmo, en especial a sus «fuegos», es decir, a esas extrañas e inquietantes llamas que antes de un huracán, cuando el aire está lleno de electricidad estática, envuelven las astas del barco creando una atmósfera cargada de misterio. Hoy, la ciencia explica estos fenómenos, pero sin duda encontrarse en mar abierto a oscuras, mientras a lo lejos grita la tempestad y con un coro de llamas que se concentran sobre el barco zarandeado por las olas, puede volver supersticioso hasta al más racional de los navegantes.

Ya en la Antigüedad estos fuegos protagonizaban supersticiones y miedos de los marineros. Una primera prueba de ello la encontramos en el viaje de los Argonautas, pero también la relatan Horacio, Ovidio, Eurípides y Plinio.

Una superstición presente en muchos pescadores del Mediterráneo aconseja hacer tantos nudos en una cuerda como componentes de la tripulación. Y ojo con equivocarse, porque los efectos serían devastadores. En España se cuenta que la Virgen María regaló una brújula a un marinero; y los portugueses están seguros de que la única gran ayuda para los marineros puede llegar de una imagen de San Antonio de Padua a bordo de la embarcación. La presencia de un sacerdote en el barco se considera mal agüero. Pero los marineros más ancianos cuentan que, según la superstición, embarcar con un abogado también provocaría malas sorpresas. Sin embargo, los motivos de esta creencia son desconocidos.

Un gato a bordo trae mala suerte, y peor si es negro. En el pasado, también las mujeres eran de mal agüero, pero Plinio el Viejo recuerda que podían «utilizarse» como instrumento protector ante una tempestad exponiéndolas desnudas al viento. Capturar un albatros y dejarlo morir en el puente del barco constituía una especie de bárbaro ritual para garantizar una buena navegación. Parece que esta terrible práctica se practicaba profusamente, como ha testimoniado el gran poeta Charles Baudelaire en un bellísimo poema titulado, precisamente, El albatros. También las ratas que abandonan una embarcación se consideran anunciadoras de desastres. Es una superstición muy difundida y, al parecer, completamente contrastada.

Muchos pescadores que tenían miedo de volver a casa con las redes vacías practicaban un extraño rito en el que superstición y religiosidad se confundían. Uno de ellos cogía un plato en el que ponía una cucharada de aceite y una de agua, luego lo giraba sobre la cabeza de un compañero recitando: «Santa Ana y Santa Susana, haced que el miedo se vaya en nombre de Jesús, José y María». Después se tiraba el contenido del plato al mar y con él, simbólicamente, también el miedo.

Los pescadores del Adriático, para estar seguros de que las redes nuevas traerían muchos peces, antes de usarlas las «bautizaban» con un rito singular: invitaban a un niño a que las mojara con su orina.

En el Mediterráneo, para alejar las influencias negativas que podrían ahuyentar a las presas, era habitual pintar grandes ojos en las proas de las barcas. También se dice que esas figuras tenían el poder de contrarrestar el mal de invitabanojo lanzado por pescadores envidiosos. Todas ellas son tretas para tratar de llenar las redes, aunque, como afirmaba el compadre Tino en los Malavoglia de Giovanni Berga: «iAhora los peces saben latín, se lo digo yo!».

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Categoría: Supersticiones.






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