Supersticiones sobre la muerte
Actualmente, asistimos a una fuerte desrituali7ación de los ritos y ceremonias fúnebres y, en la práctica, muchas expresiones, a menudo muy antiguas, de este importante «rito de paso» se han perdido. Pero precisamente porque es un momento culminante, trágico de la vida, la muerte ha estado acompañada de múltiples supersticiones, de las que no siempre se conoce el origen.
Llevar una existencia en contacto con la muerte es una regla que, aunque puede sublimarse por la fe, resulta un obstáculo angustioso en nuestro recorrido terrenal.
En una visión absolutamente materialista, la muerte-dolor, la muerte-fin nos asusta y nos permite ver la fragilidad de los sueños, además de confiar asuntos de los hombres al Olimpo. Sólo a través de las instancias de la religión —sea cual sea su aspecto dogmático— la muerte es un momento de tránsito, anillo de unión entre dos universos dominados por la misma presencia divina, pero con connotaciones muy distintas. El irreversible estadio de la muerte no puede interpretarse por completo sólo con la ayuda de la racionalidad e incluso cuando nuestra razón reclama certezas, el miedo al final colma cualquier posible hipótesis.
La vida eterna del alma, leída e interpretada en claves muy diversas, pone bien de manifiesto la contradicción entre el hecho angustioso de la muerte y la hipótesis de la vida ultra-terrenal, dejando, sin embargo, muchas preguntas típicamente humanas sin responder.
La ruptura entre el mundo de los vivos y el de los muertos está llena continuamente de una serie de prácticas que tienen la función de facilitar el paso al más allá, eliminando los posibles obstáculos. Estas prácticas, sin embargo, son un medio, más o menos declarado, de evitar la vuelta del fantasma del difunto. La aparición del espectro es, de hecho, sinónimo de insatisfacción, de necesidades insaciadas, de preguntas sin respuesta, de venganzas no cometidas… Así que, vislumbrar los signos que anuncian la muerte es ya un modo de debilitar la diferencia entre la vida y el «después». Estas señales son diversas: desde los cantos de los animales nocturnos al aullido del perro, desde la muerte de un pariente que ha dejado el mundo con los ojos abiertos, al simple paso de un cometa… Durante el eventual periodo de agonía, la superstición encuentra el modo de obtener auspicios de los movimientos del agonizante, de la hora, del día, del tiempo, la duración, etc.
Entre las creencias más extendidas ligadas a la muerte recordamos la que prohíbe a los vivos tumbarse en un ataúd, porque esta acción sería una invitación a la Señora de la guadaña para venir a tomar en sus brazos al incauto. Se aconseja, incluso, no poner nunca a un difunto las ropas de un vivo, porque su propietario estaría destinado a seguir al muerto.
Cruzarse con un carro fúnebre vacío es para algunos indicios de mal agüero, pero para otros sería señal de buena suerte; dejemos la cuestión como está para que cada uno extraiga las conclusiones que considere más oportunas. La costumbre de descubrirse la cabeza cuando pasa un funeral no está determinada sólo por respeto al muerto, sino también por la superstición que dice que quien no se quite el sombrero seguirá al difunto en poco tiempo. Ofrecer comida a los parientes después de un funeral pretende ser una acción de buen auspicio y, al mismo tiempo, un honor reservado a la memoria del desaparecido. Esta creencia tiene su origen, probablemente, en los banquetes que en la Antigüedad se organizaban con motivo de los funerales y durante las fiestas de los muertos. Durante estas celebraciones en los cementerios, además de comer, se tocaba y bailaba.
El momento del paso
Justo después de morir se aconseja abrir las ventanas de par en par para que el alma del difunto pueda salir e ir al lugar que se merezca. Antiguamente, este dramático momento se experimentaba especialmente desde una óptica ritual, se paraban los relojes, se apagaba el fuego, se cubrían los espejos…
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Categoría: Supersticiones.
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