Todos somos supersticiosos


Políticos y actores, en particular, pero también grandes caudillos y soberanos, no han podido liberarse del peso condicionante de la superstición. ¿Leyendas? ¿Lugares comunes? iNada más lejos! La historia y las crónicas lo confirman: desde los idus de marzo, que la mujer de César consideraba nefastos, a los amuletos de Napoleón, la chaqueta escocesa de Fred Astaire, la corneta de Totó…; el ejército de los «no es verdad, pero me lo creo» es ilimitado, y día a día, paradójicamente, aumenta con un número creciente de afiliados.

Cuando la realidad diaria parece evidenciar los reflejos simbólicos de una posible negatividad, las listas de espera de astrólogos y cartomantes se alargan, la búsqueda de amuletos y talismanes se intensifica, la recuperación de creencias que se creían perdidas en el pasado se reafirma.

Todos somos supersticiosos Supersticiones

A provocar miedos ancestrales siempre latentes puede contribuir el año bisiesto, un fenómeno astronómico extraordinario (por ejemplo, el paso de un cometa) o la singular sucesión de desastres naturales, que parecerían llevar al plano de la historia libros proféticos y apocalípticos (desde Daniel, de la Biblia, a Nostradamus). O simplemente, la aparición de situaciones cotidianas, banales, que ocurren a menudo sin razón precisa y que están calificadas como nefastas: ver un gato negro, el número diecisiete, cruzarse con un cortejo fúnebre, etc.

Para exorcizar la negatividad se recurre a algunos elementos (más o menos simbólicos) y a prácticas que hasta hace poco se confesaban de mala gana (porque eran síntoma de retraso cultural); sorprendentemente, hoy en día son ritos muy practicados.

La complicidad de los medios de comunicación y de algunos personajes públicos convierten la superstición en algo casi «normal»; la transforman en una expresión aparentemente necesaria… Para apoyar las creencias, sus partidarios proporcionan ejemplos «indiscutibles», como el de ese príncipe inglés que solía enviar felicitaciones de Navidad a su caballo, y que el único año en que faltó a su costumbre se cayó mientras jugaba al polo y se fracturó una pierna; o el de aquella conocidísima reina que no salía de su palacio sin una pata de conejo en el bolso.

Las conversaciones sobre las prácticas contra la mala suerte de los famosos se desarrollan públicamente con gran lujo de detalles, ofreciendo, de vez en cuando, magníficas exclusivas a las revistas sensacionalistas.

Conservar objetos a los que hemos concedido valores positivos en nuestra imaginación es una práctica recurrente entre los supersticiosos y todos, en mayor o menor medida, guardamos en algún rincón de nuestra memoria, o en el fondo de un cajón desordenado, una pequeña prueba de este comportamiento.

Cuando no bastan los trucos personales, entonces se puede recurrir al «mercado», que propone una amplia gama de «objetos escudo», amuletos y talismanes. Del ya clásico cuernecillo para atar al reloj, discreto y poco aparente, a los pendientes tintineantes (el sonido es disuasivo para alejar los espíritus malvados); del aparente y gigantesco trece de oro, para atar a las llaves, a la rana de piedra verde, considerada muy eficaz contra los maleficios de las brujas…

Según la psicología, la superstición es una actitud que equivale al deseo de poder y constituye una clave para intervenir en los hechos. En la práctica, es algo muy similar a la sensación de omnipotencia que caracteriza a los niños. Pero, ¿por qué un simple gesto, o un objeto sin referencia directa aparente nos permite creer que es posible alejar la mala suerte y vencer las influencias negativas? Además de los aspectos psicológicos, debe considerarse también el bagaje simbólico e histórico que justifica la idea de que un simple objeto puede «dar suerte».

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Categoría: Supersticiones.






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